Los pechos de Anna Bolena

La tarde moría cuando el primer rayo de sol traspasaba el cielo para luego desaparecer de un golpe, dandole vida a una estampada noche con destellos de luna. Dichos destellos entraron de un golpe por la ventana de la habitación de Anna, dibujando una cinta dorada en la blancura de sus pechos desnudos. Con un gesto ausente, acariciaba su propia desnudez frente al espejo.... su piel de seda, iluminada por una luna muy llena y redonda, con un conejo dando vueltas , atrapado en ella.
Llevandose las llemas de los dedos tibios a sus pezones ya erguidos por el suave contacto.
Brotó un suspiro de sus labios que aún no han perdido el carmín ni la humedad. Ella pestañeo por un segundo y abrió lentamente los ojos.... Comenzó a recordar los dias en que cabalgaba por el campo verde en el mismo caballo de su amado, con el viento en los ojos y los cabellos aún mojados, sintiendo el pecho frío, con las uñas desgarrando con lujuria las caderas de aquel hombre, depositando su cabeza sobra sobre su espalda.

Sintiendo aún el jadeante esfuerzo y la sangre bullendo entre sus dos piernas, en medio de abrazos tensos y besos sumamente frios y humedos, recordaba como ambos habían entregado sus intimidades desatados así, todas y cada una de sus pasiones.

Con libertad y sin la conciencia de lo que le aconteceria en un futuro, continuó así recordando, y humedesiandose en esa noche tan propicia para desencadenar a los recuerdos.

Murió injustamente, fue bella, plena, autentica y aún así su cuerpo fue sepultado por separado de su cabeza, por los celos de un estupido hombre con el miembro pudrido y las ideas también.